COCINA DE LA DROGA EN ENTRE RIOS.
EXPLOTO POR UNA COLILLA DE CIGARRILLO.
El estallido de la cocina de cocaína de Concordia, que provocó la muerte de una joven de 20 años, se habría producido por la combustión que generó una colilla de cigarrillo al entrar en contacto con los gases o vapores que emitían los productos químicos que se guardaban allí para la producción de estupefacientes. Así lo expuso un perito policial ante el Tribunal Oral Federal de Paraná, que juzga a dos hombres por los delitos de producción y tenencia de estupefacientes con fines de comercialización.
–¿Tuvo algo que ver la acetona? –le preguntó el fiscal José Ignacio Candioti al jefe de la División Bomberos Zapadores de la Policía.
–Todo –resumió Gustavo Bonet–. Fue el material inflamable que provocó la deflagración –abundó luego.
La acetona es uno de los precursores químicos más comúnmente utilizado para la transformación de la pasta base en clorhidrato de cocaína. El perito Bonet explicó que “la acetona se inflama a una temperatura de entre 40 y 60 grados, con la complicidad del aire, temperatura y humedad ambiente”, lo que hace que su manipulación resulte muy peligrosa por el elevado riesgo de que se produzcan explosiones.
Estos datos surgen de la declaración que dio ante el Tribunal Oral Federal de Paraná, que juzga a Rafael Salvador Benítez y Carlos Gabriel Olmos como supuestos integrantes de una banda dedicada a la producción y comercialización de estupefacientes en Concordia.
El 27 de marzo de 2011, alrededor de las 3 de madrugada, se produjo una estruendosa explosión en una antigua casona ubicada en la esquina de Las Heras y Laprida, en pleno centro de la ciudad. Como consecuencia de ello, resultó gravemente herida Elizabeth Tamay, que vivía en esa casa y falleció tres días después en el Hospital Masvernat.
Los investigadores llegaron varias horas después y el escenario que se encontraron fue asombroso: la explosión había derrumbado una pared de 15 centímetros de espesor, provocando daños en las cañerías; una de las habitaciones estaba cubierta de un polvo blanco, los muebles estaban carbonizados y varias prendas estaban chamuscadas. El estallido fue de tal magnitud que había restos de cocaína hasta en la vereda.
Bonet afirmó que cuando llegó al lugar, dos días después, “había un fuerte olor a acetona”, al que describió como “típico olor del esmalte de uñas”. En ese sentido, su declaración coincide con la que dio una peluquera que tenía su local en la misma casa, quien dijo haber sentido el mismo aroma, pero antes de la explosión.
El perito dijo también que en la habitación “había una mancha importante que emergía de una especie de estante, bajaba por un escalón y continuaba en el piso de la cocina”.
Consultado sobre las causas del estallido, Bonet dijo que “se descartó falla eléctrica, la luz no estaba ni cortada, ni los cables quemados, ni cortocircuito; no había instalación de gas, ni recipiente, ni garrafa ni natural” y luego explicó que “se observaron colillas de cigarrillo en el piso de la puerta de una especie de despensa. Eso pudo haber ocasionado la deflagración. El perito estimó que, “por la fuerza del empuje”, en un armario, en la cocina de la casa, “había más de 7 litros de acetona”.
Además, aclaró que se trató de una “deflagración violenta”, no de una “explosión”, principalmente, porque no estuvo sucedida de un incendio, pero la presión de los gases de combustión produjo un empuje desde adentro hacia afuera que hizo volar una pared y encorvó el cielorraso.
Tras el estallido, Eli Tamay fue trasladada al Hospital Masvernat por otras dos mujeres, en una camioneta blanca. Enfermeros y personal de guardia ratificaron que la joven llegó “caminando por sus propios medios” y que estaba “sin ropa y envuelta en una sábana”.
Dos testigos señalaron ante el tribunal que una de las mujeres alcanzó a decir que “la encontraron en la costanera, deambulando en la vía pública”.
En cuanto a las dos mujeres que la acompañaban, un empleado de la guardia del hospital afirmó que “se quedaron ahí un ratito y después se fueron”.
Si bien otros testigos confirmaron que Benítez y Olmos estuvieron unas horas después en el hospital preguntando por el estado de la joven, la policía Liliana Miño aseguró que en la primera entrevista que tuvo con los padres de Eli Tamay, recién llegados de Chajarí, mencionaron a Alejandro Quiroga –tal el alias que utilizaba Benítez– como la pareja de la joven.
A su turno, Darío Martínez, otro policía que estuvo en el hospital, contó que tras recibir las especificaciones del auto en el que se movilizaban Benítez y Olmos, a pocas cuadras del hospital interceptó un Renault Clío color gris cuyo dominio coincidía con el que buscaban. El efectivo policial explicó que lo interceptaron “cuando se perfilaba para ingresar en un domicilio”, frente a la casa de Olmos, aunque en el vehículo sólo estaba Benítez. Eso motivó su requisa y posterior detención.
Olmos, por su parte, no estaba en su casa y recién fue detenido varios meses después. Sin embargo, en un allanamiento en su vivienda se encontró un recipiente plástico que habría sido recientemente quemado y del cual emanaba espuma. El perito Bonet aseguró que no supo qué contenía, pero que tenía un olor similar a la acetona.
Cómo sigue
El juicio contra Benítez y Olmos continuará el próximo martes, con la declaración de un hombre que habría sido intermediario entre los dueños de la casa donde funcionaba el laboratorio clandestino de cocaína y los inquilinos.
El nombre de Fernández surgió con insistencia a lo largo del debate y su rol en esta historia aún ha sido develado. Si bien el hombre estuvo imputado en el inicio de la investigación, luego fue sobreseído por el juez federal de Concepción del Uruguay.
Los dueños de la casa dijeron que ni siquiera llegaron a conocer a la joven Tamay, ya que trataron sólo con Fernández y el contrato de alquiler se firmaría el lunes 28 de marzo, pero no se hizo porque la casa explotó la madrugada del día anterior.
Luego se desarrollarán los alegatos del fiscal José Ignacio Candioti y los defensores, Edelmiro Díaz Vélez (por Benítez) y Mario Franchi (por Olmos).