La familia Comar es propietaria de una chacra que está ubicada en la zona de Tezanos Pintos, pero con jurisdicción policial de la comisaría de Oro Verde.
Los tres ocupantes de la humilde finca, que apenas contaba con un par de focos para iluminarse en horas de la noche, ya habían terminado sus quehaceres, los que no cesan pese a que era domingo y habían encerrado algunas vacas, que ordeñan diariamente a mano, para poder subsistir.
De repente, el barullo de los ladridos de una docena de perros que duermen en derredor de la vieja construcción puso en alerta a don Comar, que con sus 80 años aprendió a ser desconfiado y apenas entreabrió la puerta, sabedor de que los canes no iban a ladrar de esa manera sin ninguna razón. Indudablemente había alguien y ese alguien no tardó en aparecer.
Los dos sujetos que se acercaron balbucearon que querían hablar con el dueño de casa, como para poder acercarse a la antigua puerta de madera y allí un brutal empujón bastó para tumbar al anciano y ganarse al interior de la casa. La mujer del octogenario, de 66 años, alarmada por la situación apenas si pudo gritar, antes de que comenzaran las amenazas a punta de pistola. Igual, nadie en los alrededores iba a escucharlos.
En su habitación estaba Fabián Comar, un hombre solitario, que vivía con sus padres, a quienes ayudaba con los animales. Tenía 39 años y este viernes 14 de febrero, iba a cumplir sus 40. Salió de su pieza con una vieja escopeta de un solo cartucho, pero, aparentemente lo madrugaron y uno de los delincuentes, tras un corto forcejeo y tras golpearlo en la cabeza, hizo dos disparos. Uno de ellos fue a muy corta distancia del cuerpo de Fabián Comar. El proyectil de la pistola 9 milímetros impactó en su brazo izquierdo, pero atravesó la carne del corpulento hombre y llegó hasta su corazón, provocando que se desplomara casi de inmediato.
Uno de los asaltantes estaba encapuchado, pero el otro iba a cara limpia. Estaban muy violentos y ataron con cables las manos del anciano, al que sentaron en una silla, al igual que a su esposa y les empezaron a exigir que entregaran dinero.
Cuando se cansaron de amedrentarlo y quizá convencidos de que se habían equivocado de lugar, los delincuentes optaron por irse y lo único que se llevaron fue un teléfono celular.
La billetera de Fabián Comar quedó en su habitación, con apenas algo de cambio chico.
El octogenario comenzó a roer con sus dientes las ataduras de sus manos, hasta que logró zafar y salió desesperado a pedir ayuda. Caminó a campo traviesa hasta llegar a la casa de unos conocidos, la familia Fontana, donde, con ya pocas fuerzas pidió auxilio y prestos, lo llevaron hasta la comisaría.
Cuando volvieron, ya nada se podía hacer por su muchacho, estaba muerto.
El hombre aseguró que verdaderamente, no tenían dinero y que viven con la diaria sacada de leche, en forma artesanal, que entregan a la Cotapa.
Los investigadores están convencidos de que los delincuentes podrían haber estado detrás de algún dato, pero que se equivocaron de familia.
El hecho se ha convertido en un verdadero desafío para los avezados investigadores de la División Homicidios.