Hoy a las 20.20 se cumplirá un año de la última vez que Juan José Morales fue visto en la cuadra de su agencia de quiniela, en San Jaime de la Frontera. Con una misa y la inauguración de una plazoleta, lo recordarán y pedirán Justicia.
El 30 de agosto de 2011 había salido a levantar jugadas de la lotería nocturna, en su bicicleta roja haciendo el recorrido habitual por las casas de los apostadores. Desde aquel día nunca más nadie supo de él. Casi descartado que la desaparición haya sido voluntaria, quien sea el responsable de su ausencia no dejó ni un solo rastro que hasta ahora la investigación haya podido encontrar. Lo más insólito es hay una mujer imputada por el Juzgado Federal: la sobrina de la víctima, por reclamar justicia en la ruta y evitar, junto a demás familiares y parte del pueblo, que el caso quede en el olvido.
Casi a la misma hora, con una semana de diferencia pero del año 2010, Sebastián Ortiz, un vendedor ambulante, desapareció sin dejar indicios. Al igual que Morales, a los 66 años, a bordo de su bicicleta también color roja, lo vieron por última vez en la misma cuadra de la calle San Martín. Las coincidencias de ambos casos atemorizan a todo San Jaime. Y para reforzar este miedo se suma que el 30 de agosto es el día de Santa Rosa (patrona de Chajarí, localidad cabecera del Departamento) y Día Internacional de la Víctima de Desaparición Forzada.
Las numerosas medidas adoptadas por la Fiscalía de Chajarí, a cargo de Julia Rivoira, y la Policía, generaron expectativas de encontrar datos acerca de Pocho Morales, pero no más que eso: a la media hora de la desaparición, todo el pueblo lo estaba buscando por las calles y campos aledaños. Los días siguientes se dispuso un operativo que incluyó cientos de policías y aspirantes en rastrillajes por los montes cercanos, las banquinas de la ruta hacia Conquistadores y hasta Las Cuatro Bocas, el cruce de frontera con la provincia de Corrientes; helicópteros, buzos tácticos, perros adiestrados y entrecruzamiento de llamadas telefónicas. Ante la falta de resultados positivos, se llegó a requisar todas las viviendas del pueblo. Desde aquellos días, todos en el pueblo son posibles testigos y potenciales sospechosos al mismo tiempo.
Además, con el correr de los meses, se llevaron adelante otras medidas, como el vaciamiento de piletones de desagüe cloacal con una dragalina, y el peritaje de los pozos de los campos de la zona alrededor de San Jaime.
Lo que no faltó cada martes (día de la desaparición de Pocho) y cada día 30 durante estos últimos 12 meses, fueron las marchas y cortes de la ruta 127 que cruza la localidad del norte de Entre Ríos, protagonizadas por los familiares de la víctima y la comunidad, en reclamo de Justicia. Con un número de participantes que variaba según los momentos, pero con la firme convicción de que el quinielero, buen vecino y padre de familia no pase al olvido.
Por estas medidas de reclamos, que a veces interrumpieron momentáneamente el tránsito sobre la ruta, el Juzgado Federal de Concepción del Uruguay imputó a la sobrina de Morales. Al parecer, a estos magistrados no les gustan las protestas, ya que el mismo Juzgado embistió contra los asambleístas de Gualeguaychú que reclamaban contra la pastera.
Otros hechos extraños que sucedieron en los últimos meses relacionados al caso fueron: pintadas en paredes el pueblo; la aparición de casi medio kilo de cocaína en el patio de la casa de la familia de Morales, amenazas contra el cura párroco de San Jaime que encabezó el reclamo por justicia. Incluso hace unas semanas, el hijo de Pocho llamó al teléfono celular de su padre (como lo hace todos los días) y la llamada sonó cinco veces hasta dar con el contestador. Antes siempre había dado directamente la casilla de mensajes, pero la empresa de telefonía celular adjudicó este hecho a un error tecnológico de las antenas.

Dos personajes en la mira del pueblo
Uno de los primeros personajes del pueblo que generó dudas a los investigadores y a la familia de Juan José Morales fue Pinino Páez. Cerca de las 22.30 de la noche de la desaparición, Pinino fue hasta la agencia y habló con Beatriz, la esposa del quinielero: le contó que media hora atrás Pocho había pasado por su casa, pero no lo vio porque le habló desde la ventana. Según dijo, le pidió que le avise a su familia “que andaba mal y se iba para La Colorada” (campo aledaño al pueblo San Jaime). Incluso un perro de la Policía olfateó y marcó la ventana, confirmando que Morales estuvo ahí. Páez declaró varias veces en la causa, se contradijo, no agregó nada nuevo ni esclareció el hecho. Pese a la convicción de muchos de que sabe algo más de lo que dice, su aporte solo desvió la atención de la investigación.

Sospechoso público
Un policía retirado de San Jaime se ganó la fama en el pueblo de estar relacionado con la desaparición de Juan José Morales. Se trata de Hugo Novelli, quien tenía una enemistad con Walter, el hijo del desaparecido.
Cuando peritaron una de las nueve camionetas que el hombre posee, la Policía encontró manchas de sangre en un parasol que estaba dentro del vehículo. La prueba podía ser crucial, pero lamentablemente la muestra fue levantada con un hisopo, en lugar de secuestrar el elemento. De este modo la sangre llegó “contaminada” al laboratorio que practicó el análisis, que pudo determinar que era sangre humana de un varón, pero nada más.