Dueña de las cosechas y del ganado, rectora de las estaciones y proveedora de vida, el hombre no puede menos que reverenciarla una vez al año, tal como a ella le gusta, porque los enojos de la Pachamama son de temer: terremoto, sequía, inundación, helada, incendio, granizo, huracán, hambre, enfermedad y muerte.
La veneración a la diosa Tierra es quizás la más antigua de la región andina sudamericana, hasta el punto que algunos autores la consideran anterior al culto a Inti, dios Sol de los incas.
“En tiempos de los incas el centro divino cambió trasladándose al Sol, y el culto a la Pachamama fue oscurecido y desplazado”, rememora Huaman Luis Alberto Reyes, en sus escritos doctorales sobre religiones indígenas americanas.
El 1º de agosto se toma una copita de caña con ruda, brebaje que se prepara con anticipación para que macere: se compra una botella de caña, se echan dentro algunas hojas de ruda, se la cierra y se la guarda. Llegado el momento, se la sirve a los seres queridos para que tengan un buen año.
En el noroeste del país también se estila colocar amuletos: en el tobillo, la muñeca o el cuello, se ata un hilo blanco y negro de lana de llama o de oveja, hilado hacia la izquierda, y se lo conserva puesto hasta que se rompa.
En Salta y Jujuy, la celebración tiene tanta importancia como las fiestas conmemorativas de la Virgen María, a la que también se le ofrecen “apachetas”: la única diferencia es que a la procesión de la Virgen la preside un cura y a la de la Pachamama, un chamán.
Sin duda, la Gran Madre Tierra se resiste con éxito a repetir el destino de Inti, tragado por el Dios bíblico. Pero quién sabe: a lo mejor, María prefiere las “apachetas” a las velas.
Sobre la “vacuna folclórica”
En el texto a continuación, se expone lo que se publicó del autor Ertivio Acosta en el libro Cultura Popular y Regional, editado por el Museo del Hombre Chaqueño, narra los orígenes de esta vacuna folclórica:
(…) “La tradición popular es la única poseedora y constructora de la cultura de un pueblo, es el cable conductor de costumbres ancestrales que dan característica a nuestra forma de vida. Es quien decide lo que va a perdurar en nuestras vivencias y lo que debe desaparecer, y por sobre todas las cosas no puede ser dominada ni dirigida, solo puede ser sugerida. Es más, se diferencia de los otros aspectos culturales porque sobrevive sin necesidad de que sea sustentada por presupuestos gubernamentales ni comisiones de apoyo, sobrevive en el sentimiento de la gente y de la característica que define nuestra región.
Su existencia enriquece el paisaje y nos define como argentinos. En esta tesitura se halla una tradicional costumbre que en su devenir formo parte de la cultura guaraní más antigua, y que nosotros en la actualidad la conocemos como Caña con ruda.
Los documentos de la conquista nos hablan que los indios guaraníes eran diezmados periódicamente por ciertas enfermedades que los afectaba en épocas de las grandes lluvias o intensos fríos, también posteriores afirmaciones de – que comentan la civilización guaraní destacan el hecho de que, a las grandes pestes las enfrentaban con ciertas bebidas espirituosas y yuyos mágicos que el payé (curandero), usaba para espantar los malos espíritus del cuerpo, ya relacionado con curaciones caseras, nuestros abuelos trababan de quitar los males del espíritu con la famoso contrayerba (usados por el contrapayé), y la «toma» de la guaripola bebida muy fuerte, que luego por extensión es el nombre que recibe la caña blanca o caña paraguaya.
Al parecer en tiempos de invierno nuestra gente regional unía la guaripola con la contrayerba para prevenir las enfermedades de esa época, conocida en el folklore como calentura por la fiebre que produce y en guaraní tiriri o chucho.
Algunas personas de avanzada edad manifiestan que la caña con ruda es para que no le retiente los bichos en los grandes fríos.
Los españoles traen la ruda, acompañada de toda su fama de yuyo mágico con una historia tan particular que ya Aristóteles afirmaba que impedía el mal de ojo. Plinio advierte que la ruda del campo causa hinchazón en las manos. Hernando Castrillo en su Historia de Magia Natural dice: «La ruda tiene muy conocidos provechos, el zumo previene de picaduras de abejas, avispas, escorpiones y arañas».
Gaudencio hacia notar que un palo de la raíz puesto en la oreja quita el dolor de cabeza. Gaeno califica al zumo como muy efectivo para colirios.
Nuestra gente regional asegura que la ruda termina con la frialdad conyugal, el marido, colocando unas hojitas de ruda bajo la almohada del lado que se acuesta su mujer consigue que esta de inmediato se vuelva apasionada. Como la creencia popular es tan amplia, algunos incluso recomiendan plantar dos rudas a la entrada de la casa, una en cada extremo, la ruda que se seca, es la que indica al vecino que le anda tirando la yeta. También fue clasificada, la de hojas pequeñas en la ruda hembra, la de las hojas grandes la ruda macho.
La mezcla milagrosa se realiza un día antes del primero de agosto, se frota lentamente la ruda entre las palmas de la mano y en un litro de caña generalmente se colocan dos o tres gajitos de la mágica hierba.
La creencia popular afirma que si no se toma algunos traguitos de este preparado, el hombre está expuesto a sufrir los males de agosto, y que San La Muerte puede andar rondando. Entre las creencias más destacadas tenemos: si una persona sufre fractura de huesos nunca más sanará; si algún anciano es atrapado por la calentura, es decir alta fiebre, morirá; los domadores se exponen a una muerte segura en sus ocupaciones y un sinfín de posibilidades malignas tanto en el cuerpo como el espíritu, pues pueden ser presa fácil de algún payé.
Las madres desde horas tempranas recorren los lechos de sus hijos incluso los más pequeños, para darles un sorbito de caña preparada para salvarlos de la disentería y los empachos pucu. ¿Quién no tomó alguna vez caña con ruda estando en el campo o entre las familias guaraníticas?. Es una costumbre que llegó hasta las grandes ciudades, se practica esta tradición en todos lados donde se encuentre un litoraleño de ley, y no nos alarmemos por ello, porque como dice el refrán una vez al año no hace daño, al contrario, parece que cura y aunque no creamos mucho de ello nos conviene tomar unos traguitos por las dudas, no sea que por ello no pasemos el agosto.