Un iceberg de unos 5.800 kilómetros cuadrados, uno de los más grandes de la historia, se desprendió del segmento Larsen C de la Antártida, informaron este miércoles los científicos que vigilan su evolución.
En un comunicado, los expertos del proyecto Midas s de la universidad galesa de Swansea indicaron que el desprendimiento se produjo entre el 10 y el 12 de julio, cuando el iceberg se separó del segmento Larsen C del continente blanco.
El iceberg, que se espera sea denominado A68, pesa más de un billón de toneladas, según Midas, y su superficie equivale aproximadamente a 25 veces la Ciudad de Buenos Aires (230 kilómetros cuadrados).
En sí mismo, no es un evento catastrófico ni puede atribuirse a un aumento puntual de la temperatura. “Es un fenómeno que viene produciéndose desde hace varios años -explica el glaciólogo del Instituto Antártico Argentino, Hernán Sala-. Se debe al incremento de la temperatura del aire y del océano a lo largo de décadas. Eso hace que las barreras de hielo se vayan achicando en superficie y adelgazando en espesor. Pueden parecer muy gruesas, pero en un momento se hacen los suficientemente delgadas como para volverse más frágiles desde el punto de vista mecánico, y entonces las tormentas o las mareas pueden hacer que se rompan”.
Pero a pesar de lo impresionante de las dimensiones, este drama antártico no es nuevo. Algo similar ocurrió más al Norte, en las barreras Larsen B y Larsen A. “De una u otra forma, viene repitiéndose desde hace más de 20 años -dice Sala-. En la década del noventa pasó en el norte de la península. La novedad es que se va propagando cada vez más al Sur”.
Por su estructura, las barreras son diferentes de los glaciares y el hielo marino. El glaciar es un “rio de hielo” apoyado sobre la roca. El hielo marino se produce cuando se congela la superficie del mar; es forma un bloque de entre tres y cuatro metros de grosor. “Una barrera es como un glaciar que se inicia en la tierra y sigue flotando en la superficie del mar -detalla Sala-. A veces, para que se forme una barrera hace falta un conjunto de glaciares, llamados ‘tributarios’. Y, a diferencia del hielo marino, son monumentales, llegan a tener entre 400 y 500 metros de espesor”.
La formación de grietas en las barreras no es inusual, lo singular en este caso fue que el corte se alejara tanto del frente que da al mar. Al principio, el coloso liberado derivará muy lentamente; en especial, durante el invierno austral, un período en el que el mar puede congelarse. Luego, puede ir desplazándose hacia el Norte, quebrándose y fragmentándose a su paso. Sin embargo, los investigadores no esperan que el nuevo témpano, que probablemente se llamará A68, constituya un peligro para la navegación.
“En general, los barcos que van a la Antártida están equipados con radares y otros dispositivos que les permiten identificar hielo flotando en el mar -afirma Sala-. Y estas masas de hielo se van rompiendo y disgregando aproximadamente a la altura de las Islas Georgias. Hasta ahí sí pueden mantener un tamaño importante, de cientos de metros. Al principio, tienen un aspecto «tabular», pero a medida que se van fraccionando esa forma se va perdiendo”. El gran iceberg tampoco tendrá un impacto en el nivel de los océanos.
Pero ahora el destino de Larsen C es incierto. Una vez que la barrera se destruye, los glaciares que tributan en ella comienzan a moverse con mayor velocidad, como si se retirara un dique de un lago. “Es algo que ya está ocurriendo -concluye Sala-. Hay que ver qué tan estable es el resto de la barrera, si se mantiene en los próximos años. En principio, parece poco probable”.
Todo indica que los mapas de la Antártida ya cambiaron. Y van a seguir cambiando